[…] Te sigo desde pequeño, siempre a todos lados,
y hoy te vengo a ver descontrolado.
Y más te aliento, si vas perdiendo,
un sentimiento, no traten de entenderlo.
No se compara con otra hinchada, soy del Atleti,
en las buenas y en las malas […]
El Atlético de Madrid es más que un equipo de fútbol. Es la unión de la fuerza y la rebeldía de quienes luchar por un lugar que les pertenece y que nunca le quieren dar. Es el hermanamiento de un aficionado de Badajoz con una almeriense o un minero asturiano. Es la sensación de pertenencia a algo que va más allá de un seguimiento deportivo que trascurre durante 90 minutos dominicales donde no se tiene otra cosa mejor que hacer.
Ser del Atlético de Madrid es saber que la mal interpretación lleva a la confusión. Porque las rayas rojas y blancas, los niños con la camiseta de Diego Costa, los abuelos con su pin dorado con el oso y el madroño, no son modas de ahora. No. El Atleti no es una moda. Era una realidad escondida. Una pasión arraigada desde lo más profundo del alma de quien está contagiado por esta enfermedad, que nos ha quitado las mismas vidas que nos ha dado.
Porque no se piensen que el sufrimiento por estos colores es gratuito. Es en vano. No. Las victorias con sufrimiento se saborean mejor. El triunfo con esfuerzo vale el doble. La derrota con nobleza y sentimiento es recordada. Los títulos con sudor y sangre son canonizados. Todo es diferente en una secta que pasa de generación en generación como el ADN. Que proyecta en el que lo posee un cromosoma que le hace no rendirse ante cualquier adversidad. Que le hace levantarse ante cualquier tropiezo y quien le enseña a perdonar.
Ser del Atlético de Madrid es sacar caballos y elefantes por la capital española después de conseguir un histórico doblete -cuidado, que puede quedarse en pequeño ante lo que se avecina-, y a la vez hacer que ese mismo club supere el número de socios tras descender a Segunda División. Y ojo, que ese dato no está puesto por casualidad. No es una mera frase para hacernos ver como «la mejor afición del mundo». Es causalidad. Causalidad por amor a unos colores: «Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite».
Por esa gente hay que darlo todo. Los que gastaron su dinero en viajes a campos que, con todo el respeto posible, se quedaban muy pequeños para la historia e idiosincrasia del equipo del Manzanares. Para los que lloraron de tristeza en Oviedo y los que lloraron de alegría por el gol de Correa.
Ser del Atlético de Madrid es algo que no se puede explicar. La facilidad de tirar ante la tiranía de quienes ganan absolutamente todo para ser felices al menos en el fútbol no va con nosotros. Ganar está muy bien, pero eso queda para ellos. Nosotros necesitamos algo más. El ganar por algo, no por ende. El ganar bajo una mística. Bajo una premisa. Con el esfuerzo que no caracteriza.
Ser del Atlético es tomar el Vicente Calderón como tuyo. Es recibirlo como algo más que un estadio. Como tu casa. Donde te sientas, te hermanas y cantas junto a gente que no conoces de nada. ¡No te sabes ni su nombre! Pero te da igual. Te abrazas, ríes, disfrutas y te enojas, porque quien bien te quiere te hará llorar, y se ha llorado y mucho por este club.
Llega el día D y la hora H. No hay vuelta de hoja. Se acaba una temporada histórica y se puede poner un colofón estratosférico. Pase lo que pase en Lisboa, nuestro orgullo permanecerá intacto. En la derrota o en la victoria. Cuando haces lo que sea por conseguir algo, los reproches quedan en un segundo plano. Es un sentimiento, no traten de entenderlo.