Este artículo no está destinado a crear controversias ni a buscar polémicas. Tampoco quiero el enfrentamiento entre dos «sectas» que defienden a su dios sin pararse a pensar qué tiene de bueno el que defiende el otro. No pretendo crear hastags que sirvan para alimentar el odio ni para trascender durante dos horas en una red social donde todo el mundo se las da de valiente, pero a los que dar la cara les queda, por el momento, muy grande. Sólo pretendo hablar de fútbol, aunque haya a algunos que les moleste. Aunque no venda. Aunque no importe.
Llegó como parche ante la lesión de Iker Casillas. Solventó la papeleta para la que, en principio, fue fichado, con una solvencia y una tranquilidad impropias, teniendo en cuenta el ambiente caldeado que se respiraba alrededor de una masa social como es la del Real Madrid. Defendió la portería blanca con sobriedad, compromiso y trabajo, pero el capitán terminó recuperándose.
Y no me voy a meter en debates que han alimentado la sobremesa periodística y que han dado de comer (y bien) a algunos de mis compañeros durante estos largos y pesados meses. Pero cuando los dos porteros estuvieron compitiendo de tú a tú en los entrenamientos, el entrenador por entonces, Jose Mourinho, decidió. Porque para eso está, para elegir quien juega. Y a él le gustaba más Diego López. Lo dejó claro: «es simple».
Hubiese o no problemas personales, Diego López terminó siendo el portero titular el tiempo que aguantó el portugués en el banquillo del Real Madrid. Por la razón simple de la pertenencia de legitimidad que otorga ser el elector de los titulares. Aunque eso, casi siempre, se olvide.
La llegada de Carlo Ancelotti, al que tildaban como el «pacificador», parecía en un primer momento devolver todo al punto de partida. Se hablaba de no empezar con mal pie en el vestuario y dar la titularidad a Iker Casillas era la opción más lógica. Pero demostró tener una enorme personalidad (sus títulos le avalan), y apostó de nuevo para la Liga por Diego. Una opción, no obstante, salomónica y que acabó salpicándole durante toda la temporada, porque las otras dos competiciones fueron para Casillas.
Pero tras una temporada que terminó con buena nota para ambos porteros, aunque con errores de los dos, desde el Real Madrid decidieron que esto se tenía que terminar. Y ha acabado con Diego López, que llegó a declarar que nunca se iría del Madrid, que sólo le echarían, fuera.
Un portero por el que, redes sociales al margen, prácticamente nadie ha dado la cara. Un guardameta que ha visto como sus meritorias actuaciones se han minimizado y como sus fallos han sido parte de la propaganda mediática cada fin de semana. Ha vivido toda una Liga con el resplandor de una lupa enfocándole al rostro. Ha sido cabeza de turco y diana de dardos periodísticos desde que se vistió de negro por primera vez. Pero él, profesional como la copa de un pino, sólo ha abierto la boca para besar el escudo del Real Madrid.
Dejará el blanco por el rossonero un hombre con una dedicación absoluta a su trabajo. Un futbolista físicamente imponente para ser portero. Licenciado en jugar como entrena y graduado en entrenar como juega. Sin hacer nada de ruido, ya no jugará más el futbolista que más debate ha generado en los últimos tiempos en Concha Espina.
Y, cuidado. Nadie puede negar que al máximo nivel, Iker Casillas está por encima de Diego López (y de todos los porteros del mundo). Pero con el nombre, sólo pasas a las discotecas. Y Diego ha sabido contrarrestar eso con trabajo, esfuerzo y pasión. Eso que se ha puesto tan de moda en el fútbol, pero que sólo se valora según quién lo derroche.
Que nadie se olvide. Le echan, no se va. Aunque siempre le quedará en su memoria haber cumplido el sueño que tenía desde que fue canterano del Real Madrid: defender la portería local del Estadio Santiago Bernabéu. Ha sido sólo año y medio, porque no le han dejado más.