España está llena de sanguijuelas, demagogos, abrazafarolas y vende alfombras. Hipócritas que piensan que llevan consigo la bandera de la verdad absoluta, y que hacen más daño que bien a las personas que les escuchen. Convertir una mentira en verdad, por el hecho de repetirla mil veces, es quizás la prueba más irrefutable que existe para definir a los que van de periodistas y no lo son.

“El Atlético de Madrid es un equipo violento”. Eso es lo que escamotean desde las bajas alcantarillas de Concha Espina los que se escudan en una frase cruenta, sin escrúpulos y falsa, para no admitir que lo que tienen es miedo, pavor, ira y arrepentimiento. Sobre todo arrepentimiento.

No hace tanto tiempo, cuando el equipo rojiblanco iba haciendo el ridículo aquí y allá ante unos que iban de blanco, pedían, clamaban y se mofaban con pancartas pidiendo un rival a su altura. Alguien a quien costase ganar, por quien hubiese que sudar tinta china y sangre para poder saborear el triunfo.

Los que vestían a rayas se paseaban por la pasarela Cibeles y la Neptuno con miedo, acongojados, engarrotados cuando alguien de la acera de enfrente estaba en el otro bando. Preparaban la alfombra roja y aplaudían al paso de los supermegahiper galácticos, que eran demasiado superiores como para prestar atención al Manzanares más allá de chistes fáciles cuando se acercaba un enfrentamiento.

La cosa ha cambiado. Y si antes afirmaban que no les gustaba ganar fácil a un club que consideraban “amigo” (ALUCINEN), ahora parece que tampoco están por la labor de tener que ver como sus chicos millonarios tienen que trabajar y esforzarse para revocar a unos hombres entrenados por un señor que nunca se ha dejado, se deja, ni se dejará pisotear por nadie.

“El Atlético de Madrid es un equipo violento”, gimotean desde las gradas del Santiago Bernabéu, desde dentro del propio club e incluso desde amigos con voz y micrófono en los medios de comunicación que tratan de impregnar en la sociedad una mentira disfrazada de hipocresía. Lo dicen con la boca pequeña pero con el tono alto. Para que se les escuche. Para que, mediante estupideces, sean capaces de llegar. Ya que no tienen otra forma.

No acaba aquí, pues son los mismos que defendieron las artes del equipo de Mourinho cuando la efervescencia Real Madrid – Barcelona estaba en todo su esplendor. Cuando Pepe pisaba manos ajenas, Sergio Ramos pegaba a tres jugadores en una misma jugada o su entrenador provocaba y llamaba tramposos a sus rivales. ¡Si incluso el dedo de su entrenador en el ojo de otro les señalaba el camino! Agresión no, eso era ¡Mourinhismo! Para echarse a llorar.

Ladran y cabalgamos a la velocidad de la luz. Mientras piden intensidad a los suyos para no hacer el ridículo como en Anoeta, son capaces de llamar violentos a unos jugadores que se dejan el alma por su camiseta. ¡Si hasta su propio entrenador les contradice! “El fútbol es de hombres, no de señoritas”. ¡Basta ya!

“Se busca rival digno para derbi decente”. Aquí le tienen, aquí está, y no se quiere marchar. Porque ya lo dice el refrán, “a caballo regalado, no le mires el diente”. Les han regalado lo que tanto ansiaban. Pero ahora resulta que su careta se ha caído. ¿Violencia? Mis cojones. Lo que les pasa es que se creen que están por encima del bien y del mal Y así, las hostias duelen más. Y recuerden: los que han pegado puñetazos, han pisado rivales sin estar el balón en juego y han tirado mocos, no vestían precisamente a rayas.

PD: Minuto 92:48. La décima. Gol de Sergio Ramos. Lo que quieran. El Atlético de Madrid está por encima de la victoria y de la derrota. De los títulos y de los fracasos. Ese es, quizás, un título que jamás podrán saborear. Que gane el mejor. Y si es el equipo violento, todos contentos.

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