Capítulo 0: Los Guerreros del Cholo

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Es quizás la parte más difícil de explicar para el aficionado atlético. Los hay que comentan que encontrar una razón lógica a esta cuestión significaría no ser del Atleti. Que este sentimentalismo casi hereditario es más sanguíneo que mental y que cualquier explicación puede carecer de raciocinio por mucho que lo tenga. Y, en mi humilde opinión, creo que tienen razón. Hay cuestiones en la vida que, simplemente, es mejor no explicar. Directamente, casi es preferible no saber. Nadie sabe muy bien por qué, un día en su vida, se dijo a sí mismo “soy del Atleti”. Simplemente lo fue. Y aunque es complicado encontrar el principio del fin, sí que podemos saber lo que ser del Atleti ocasiona en el aficionado. Y no es poca cosa.

Es el orgullo por una camiseta. El sentimiento de pertenencia a un escudo que no se lleva por fuera, que se lleva por dentro. Creer en lo increíble y saber que, con esfuerzo, todo es posible. Ser consciente de que lo improbable puede ser probable, y que lo probable puede terminar castigando dos veces. Ser del Atleti puede ser saber que vas a tener un hijo y no tener claro ni su nombre, pero sí que ese bebé será del Atlético de Madrid. Porque lo mamará desde la cuna. Porque la herencia está ahí. Una herencia que nos prepara para elegir el camino más difícil. Renunciar a ser feliz ganando por inercia, para pelear por cada centímetro de victoria sufrida o de derrota dolorosa.

Igual se explica con la sonrisa en un vagón de metro a un desconocido que viste rayas verticales como tú lo haces. O ir un lunes por la mañana a la oficina con el escudo rojiblanco en el pecho tras ganar un domingo, y hacerlo también el lunes siguiente tras haber perdido. Porque el orgullo permanece intacto e inmaculado sea cual sea el resultado. Ser del Atleti es acordarte de los que no están al celebrar algo que estás viviendo. Es echar la vista al cielo y guiñar un ojo a tu abuelo, a Alba, a Helena. Es comprender que, cuando algo falla, es porque la historia te está guardando algo aún mejor.

Es ser capaz de caer para levantarte, ganar donde nadie ha ganado y rozar el infierno mientras tocas el cielo a la vez. Es, como dice el míster, “tener todo y no tener nada”. Es, quizás, más allá de no entender por qué eres del Atleti, no entender por qué el resto no lo es. Por qué prefieren el equilibrio emocional que la adrenalina desbocada. Ser del Atleti son tantas cosas y no es nada. Ser del Atleti es inexplicable. Pero en esta falta de información, todos sabemos por qué no somos de otro equipo.

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Y Simeone también lo sabe. El entrenador del Atlético de Madrid no es ni español, es argentino. No debutó en el equipo rojiblanco ni, probablemente, tenía la intención de jugar en el club del Manzanares cuando decidió dedicarse al fútbol. Pero llegó a Madrid un verano de 1994 y el amor surgió. Desde aquel momento, más de 20 años atrás, las vidas de Simeone y el club han estado irremediablemente unidas y han sido absolutamente paralelas. Tratar de explicar qué es ser del Atleti es tan difícil como entender el amor incondicional que siente el argentino por el club. Pero cada momento, cada instante, cada frase del Cholo nos lleva al texto de más arriba. El sentimiento que tiene es, como mínimo, igual de fuerte que el del aficionado.

“Desde el momento que nos ponemos la camiseta del Atlético de Madrid la motivación nos nace juguemos contra quien juguemos”. Esa frase la reprodujo el entrenador argentino antes de una eliminatoria de Copa del Rey ante un equipo de menor entidad y categoría que los rojiblancos, el Sant Andreu. La razón fue muy simple: impedir la relajación de sus pupilos de cara a un partido de vuelta que tenían encarrilado gracias a un 0-4 cosechado en la ida de la eliminatoria ante los catalanes. Un argumento de peso que sirve de ejemplo para dejar claros los dos propósitos fundamentales que Simeone ha querido impartir en la idiosincrasia de esta plantilla y en su manera de ver y sentir el Atlético de Madrid.

El primero, el saber qué camiseta visten. Parece una tontería pero no lo es. Los colores rojiblancos estaban. El escudo estaba. El estadio estaba. La afición era incondicional. Pero fallaba algo dentro de la plantilla del equipo colchonero que no terminaba de fluir. Simeone llegó al banquillo del Manzanares y observó a su alrededor que los jugadores que iban a estar a sus órdenes estaban sin alma, vacíos, cabizbajos. A cuatro puntos del descenso y con tantas cosas por mejorar que lo mejor, para el técnico, iba a ser empezar por el aspecto psicológico. Pertenecían al Atlético de Madrid, y todos y cada uno de aquellos futbolistas debían saber qué equipo fue, era y debería seguir siendo, y olvidarse de esa copia barata y falsa de lo que, en aquel momento, el Atlético de Madrid se caricaturizaba.

“Me siento mejor con problemas que cuando las cosas están tranquilas”. Así se refería Simeone a su llegada a Madrid a lo que estaba a punto de enfrentarse. Un vestuario con problemas futbolísticos, pero sobre todo de autoestima. Era innegociable recuperar la mente de aquella plantilla para luego mostrarles dónde estaban y así hacerles ver que el respeto por la camiseta que llevaban debía ser tan sagrado como el que tenían a cualquier familiar. El Atlético de Madrid es algo que va más allá de un club de fútbol. Es un estado de ánimo y la manera que muchos aficionados sienten de verse reflejados en algo.

El segundo aspecto, el respetar al rival por encima de cualquier cosa. Y sin lo primero no iba a darse lo segundo. Respetarse a uno mismo y querer dar siempre el máximo llevaba consigo el respetar al rival, tuviese la enjundia que tuviese. Sant Andreu o Real Madrid, el respeto debía ser el mismo y la humildad a la hora de afrontar un partido tendría que ser la máxima. Y los resultados, tras la llegada del argentino, están ahí. Valorar y admirar la presión de un equipo sea en el minuto 5 o en el 85 va más allá de los aspectos tácticos de un encuentro o de una plantilla. No dejarse llevar por un resultado, un instante o un contrincante sería la base en la que se apoyaría el éxito cortoplacista del Atlético. Respetándote a ti mismo, respetabas al rival. Y respetando al rival, te respetabas a ti mismo. Una cosa sin la otra sería caminar para llegar a ningún sitio. Y eso con Simeone sería inadmisible.

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Para saber qué es el cholismo y cómo interpretar la base de una filosofía que es mucho más grande que un simple vocablo, debemos fijarnos en lo que ha sido Simeone a lo largo de su vida. Como bien afirmaba Rubén Amón en un artículo publicado en El Mundo días antes del encuentro del Atlético ante el F.C. Barcelona en el Camp Nou para decidir el título de Liga, Simeone fue “un jugador de limitaciones artísticas, pero su impresionante carrera errante demuestra que acertó a neutralizarlas desde la capacidad de adaptación, desde la fiereza y desde el esfuerzo”. Eso, en un equipo como el rojiblanco y con una afición tan sentimental como es la colchonera, es más que suficiente para tocar la vena sensible. Allí, por encima del nivel técnico y de la superioridad con el balón, se quiere al futbolista que sude la camiseta como ellos mismos lo harían. Siendo así, lo demás puede venir o no, pero nunca habrá una mala palabra.

El cholismo es un poco eso. Conseguir que, en un equipo limitado técnicamente hablando en muchas fases del juego y en muchas demarcaciones de su plantilla, se consiga crear un ambiente de lucha y brea que permita que el aficionado sienta orgullo por ver a los suyos remar en una misma dirección. Pero, además de eso, conseguir que los que sí están capacitados para tomar el mando y control del esférico —que al final es lo importante—, también decidan entregar el ego al grupo y ayuden desde la mecánica del esfuerzo a crecer como equipo y no como individuos.

El ejemplo claro de esto lo tenemos en Sergio Agüero. El futbolista más asombroso que ha pisado el Vicente Calderón en los últimos veinte años y uno de los jugadores más espectaculares que han vestido la camiseta a rayas. Un jugador espectacular que, con el balón en los pies, era capaz de inventar sin esfuerzo y de sacudir defensas rivales con suma facilidad. Pero era eso y nada más. Y no por culpa suya. Bastante hizo el argentino aguantando en un equipo que se le había quedado tremendamente pequeño en apenas un año en España. Pero el conjunto, como equipo y no como suma de individuos, no ayudó al ex de Independiente a crecer en otras ramas del fútbol. El Atlético de Madrid era, semana tras semana, un “a ver qué inventa el Kun esta vez”, y, tras Simeone, pasó a ser un “a ver quién mete mano a este bloque”.

Tras el jugador argentino, la magia se repartió en pequeñas dosis en jugadores como Koke o Arda Turan. Ninguno tendrá nunca el nivel exquisito del argentino. Ni Falcao o Diego Costa serán jamás capaces de hacer magia de la nada. En cambio, sí pasarán a la historia del club como campeones. Sí, Agüero también lo fue, pero la forma y el contenido del que hablamos es totalmente distinto. Unos eran ‘parte de’, y el otro era ‘o tú, o nada’.

Simeone fue una bendición. Y se transformó en el nexo de unión entre la grada y el campo. Como el interruptor que, al pulsarlo, nos permite transformar la electricidad en luz. Diego Pablo es el agitador tanto dentro, como fuera del terreno de juego. El hombre por el que todo concurre y, el señor que, con su presencia, permite a los propios respirar tranquilos. No cabe duda del bien que ha hecho al Atlético.

Llegó con un claro y marcado objetivo. El equipo rojiblanco había sido contagiado de un virus letal. La enfermedad del conformismo se apoderaba de todos y cada uno de los estamentos del club. Desde, cómo no, la directiva, pasando por cuerpo técnico, entrenadores y jugadores. Tan sólo algún halo de luz manaba de tan siniestra realidad, pero nunca dudaban en irse a alumbrar a otra parte. El Atlético estaba enfermo, y la cura parecía no existir. Caer ante el Real Madrid se tornaba en habitual. Perder contra cualquier equipo del mundo de cualquier forma posible, una opción que siempre estaba presente. Sentirse inferior a otros rivales, históricos o no, un hecho. Nadie recordaba quién era el Atlético y cuánto de grande era esa camiseta. Por eso, tras su llegada, Simeone tuvo que hacer frente a algo realmente difícil: atacar a la enfermedad desde dentro.

Gracias a su capacidad, liderazgo, y la motivación como estrategia, el argentino consiguió resucitar a un equipo y una entidad moribunda y sin rumbo, y situarlo en la élite europea y mundial. Las risas, mofas y carcajadas que iban unidas al Atlético de Madrid dieron paso al respeto y la admiración. Jugadores por los que nadie apostaba, acabaron siendo fundamentales en el club y en sus selecciones, llegando incluso algunos a desembarcar en equipos de renombre que, años antes, pescaban de forma esporádica en la Ribera del Manzanares.

Cada uno, en definitiva, tendrá su propia acepción de lo que significa cholismo. Para el que escribe estas líneas, por ejemplo, es la fuerza. La entrega a una causa con el alma y el corazón abierto. Sin distinciones. Sin engaños. A pecho descubierto. Decir las cosas como uno las siente, sin pararse a pensar en lo que los demás quieren escuchar. Proteger a los tuyos con tu imagen. Aislarlos del veneno que trata de corroerlos y amoldar, aunque cuesta, un equipo de fútbol en base a tu personalidad. A cómo eres y a cómo interpretas algo. En este caso el deporte.

Aunque, tampoco hay que olvidar una cosa. El cholismo está por encima del deporte. No es una filosofía sólo aplicable al balompié. Tiene mucho más trasfondo y, como he explicado antes, su base está en la psicología. Porque este Atlético de Madrid, todo lo aguerrido, compacto y furioso que quieran, sin ser y sentirse de una determinada manera, no sería nada. ¿Qué manera? Sentir, primero, que son los mejores sin serlo. Creer en sus posibilidades desde el respeto y con las miras puestas a lo que viene y no lo que vendrá. Vivir la vida en relación al presente y no al futuro. Saber, y sobre todo, tener una demostración empírica, que si se cree y se trabaja, se puede. Es lo más vital. Sentir que el trabajo acarrea recompensas y que el camino adoptado es el correcto.

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“El trabajo te termina devolviendo el esfuerzo”, ha declarado siempre Simeone. Eso es cholismo.  Como lo es no sentir que el trabajo ya está hecho cuando las cosas vienen bien dadas. “El éxito te puede confundir y acercarte al error”. En el éxito, o el triunfo, no termina el trabajo. El trabajo es una acción constante, día a día, partido a partido, título a título. Tener hambre por seguir haciendo historia. “Se juega como se entrena. El esfuerzo no se negocia. Nadie es más importante que el equipo”.

Cholismo es, como el propio entrenador siempre ha afirmado, tratar de encontrar las virtudes de un jugador y disimular sus defectos. Y el argentino llegó a un vestuario mermado, apático y sin aparente margen de maniobra y reacción. Jugadores que, presumiblemente tenían muchas virtudes, apenas las mostraban y dejaban al descubierto infinidad de defectos. Aquellos que tenían más defectos, los agrandaban con su falta de ganas y empatía hacia la camiseta. Tuvo que resetear todo y partir de una base cero, tanto psicológica como futbolísticamente. Y ahí, comenzó su grandeza.

En este libro no se van a repasar los momentos vividos con Simeone desde su llegada hasta la confirmación del triunfo de su proyecto. O al menos no sólo. Se hablará de sus hombres, sobre todo de algunos. De esos que, tras unir sus fuerzas al míster argentino, sacaron su máximo potencial, rindieron incluso a un nivel superior al que presumiblemente tenían, y tocaron la gloria gracias a la impresión del carácter cholista en sus entrañas.

Cogeremos la máquina del tiempo y recrearemos su pasado, su infancia, el camino que les llevó hasta la meta final, que no era otra que encontrarse con Diego Pablo Simeone. Ellos, junto al técnico, hicieron grande al Atlético de Madrid. Pero también se hicieron grandes de forma individual acoplados a un colectivo irreductible. Desde Courtois, un joven guardameta, inexperto y sin hablar español, que estaba en el punto de mira con Manzano y acabó siendo Zamora por dos temporadas consecutivas. Pasando por Miranda, al que le apodaban como “el nuevo Eller” para acabar siendo uno de los mejores centrales del mundo. Terminando por Diego Costa. Un futbolista que jamás pudo triunfar en el club rojiblanco por falta de oportunidades y que, tras tener un pie fuera, acabó conquistando los corazones atléticos y siendo internacional con una selección que no era la de su tierra. Si quieres conocer cómo fue el debut de Juanfran con el Real Madrid —lo que es la vida—, el camino que Gabi tuvo que experimentar hasta hacerse capitán del Atlético de Madrid o cómo sufrió Raúl García para dar la vuelta a la tortilla de las críticas, éste será tu libro.

Ellos son sólo un ejemplo de lo que aquí se podrá encontrar. Hombres que pasarán a la historia, de una u otra manera, del Atlético de Madrid. Futbolistas que le deben a Simeone ser quien son. Señores que un día soñaron ser, y que gracias al argentino, finalmente fueron. Los hijos del  cholismo. Los guerreros del Cholo. Ellos no serían nada sin Simeone. Simeone no sería nada sin ellos. Todos juntos, devolvieron la gloria al Vicente Calderón.

 

Con el libro todavía en proceso y en búsqueda de Editorial, quería publicar esta parte en unas fechas tan señaladas para tratar de buscar quién sabe qué. Espero que guste, porque sólo lo estoy escribiendo para eso. Queda camino, pero llegaré a la meta. Lo prometo.

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