Que no te digan los que se apuntaron a la victoria fácil que ahora presumes de lo que antes carecías.
Que no te digan los que te recuerdan el pasado que no puedes vivir de las alegrías del presente.
Que no te digan los que un día elogiaron las armas que tú ahora utilizas que no lo hagas.
Que no te digan los que abandonaron tras una derrota que ahora emerges en una victoria, cuando te quemaste el culo en el infierno incluso más que en el cielo.
Que no te digan, los que se acuerdan de un minuto, que no seas feliz, cuando sabes que la alegría va más allá del éxito.
Que no te digan que se alegran de tus victorias, que les caes simpático y que te necesitan, cuando en cada golpe que les asestas tratan de hacerte un poco más de daño. Sin conseguirlo.
Que no te digan que te hiciste pequeño un 24 de mayo, porque eso sirvió para hacerte seis veces más grande y seis veces más fuerte.
Que no te digan cómo tienes que idolatrar a los tuyos. Porque ellos, en mal dadas, increpan a dioses con pies de barro; mientras tú amas a terrenales soldados de batalla aún cuando la fortuna les es más esquiva que las ganas.
Que no te digan que no has de ser feliz porque hubo un día que derramaste lágrimas. Que no te digan que un lunes tú no puedes sonreír cuando ellos tuercen el gesto.
Que no te digan que no eres grande, cuando vas a la guerra con tirachinas, sabiendo que puedes morir. Y mueres. Pero matando.