Recuerdo aquel momento como si acabase de suceder. Sudaba como si acabase de terminar diecisiete maratones consecutivas; el corazón me palpitaba como si se me fuese a salir del pecho en cualquier momento; no sabía hacia donde moverme ni mirar; y, como yo, había otras tantas decenas de miles de personas. Todos estábamos allí, en la Fan Zone o en Da Luz, sufriendo por lo mismo. No me gusta hablar de ello, pero mi psicólogo tiende a decirme que para superar algo conviene que así sea. Pero yo me niego.
Para mí el río Tajo desemboca en Alcochete; el equipo más grande de Portugal es el Porto; la vuelta, con retenciones de hasta tres horas, fue mágica; ese córner nunca se llegó a sacar; y aquel gol jamás sucedió. El partido del 24 de mayo de 2014 terminó en el minuto 92 y el Atlético de Madrid fue campeón. Ni quiero, ni voy a ver nunca una imagen de aquel duelo. Si acaso el gol de Godín con la fuerza de todos los atléticos.
Me dicen que vivo en una mentira. Y puede que tengan razón. Pero es mi mentira. Y ya me encargo yo de hacerla real. Porque puede que aquella preciosa dama de orejas pronunciadas fuese a parar al otro lado de la capital, pero su espíritu reposa junto al Manzanares. Puede que unos celebrasen una victoria, pero los hay que celebraron algo más: un sentimiento. Manolo García -cantautor de cantautores en nuestro país-, lo tiene claro y yo le apoyo. «Es mejor sentir que pensar, sentir es mejor; sí». Me lo adjudico.
Ese bellezón europeo vuelve a estar sentado al final de la barra. Ahora es rubia y alemana. Pero sigue con sus orejas prominentes y su mirada resplandeciente. Y, de nuevo, para conquistarla se ha puesto por medio ese señor aseado que viste de Emidio Tucci y conduce un Lamborghini. Mientras mira su reloj dorado y se quita sus gafas de sol a la vez que se atusa un flequillo repleto de laca, nos mira impasible y nos señala con el rabillo del ojo algo que están echando por la televisión. Un gol que no queremos recordar. Le devolvemos la mirada y nos señalamos el pecho. Donde un oso y un madroño gobiernan ocho rayas y siete estrellas.
Nos percatamos que la preciosa muchacha con sus dos grandes orejas nos mira, y nos invita a ir. «Berlín», se puede leer en sus labios. «Os espero a todos en Berlín». Nuestra mirada choca con la suya en el momento en el que se levanta y se va de aquel bar. Siempre tan juguetona. Ella verá si prefiere ser el amor de una noche o quiere tener la historia de su vida. Nosotros estamos tranquilos. Sabemos que la queremos. Nos conformamos con una. No nos hacen falta diez, ni siete, ni tres. Pero lo que tenemos claro es que antes que a ella, nos queremos a nosotros. Porque «es mejor sentir que pensar». Y es mejor quererse por lo que uno es, que por lo que puede conseguir. Y ahí, el Atleti, nunca tendrá rival.
Simplemente genial. Ojala nos volvamos a encontrar con la muchacha en Berlín. Y llevárnosla por fin al Dios del mar.