Llegaste sin saber español, y te marchaste cantando el himno de Atlético de Madrid. En tu primer partido oficial, te pegaron un puñetazo en la cara que quedó sin castigo; en el segundo, marcaste un gol que rubricó un nuevo título en Chololandia. Ese sí que fue un buen puñetazo, pero en la mesa. No iba a ser fácil ser delantero en el Manzanares. Estabas en las antípodas futbolísticas de Diego Costa. Todo eso te dio igual.
Sacrificaste tu área de influencia para hacer mejor a tu equipo. Eso, para el que no sepa lo que significa, es como quitarle al león su Sabana. Pusiste hombría, valentía, sudor, sacrificio y entrega, para intentar hacer ver que tú no eras un brasileño que corría al espacio como alma que lleva el diablo, pero que, como mínimo, ibas a dejar la misma dosis de -perdón- cojones que tu predecesor.
Te rompieron la nariz a primeras de cambio, y marcaste un gol de cabeza con el tabique mirando hacia otro lado; te pusieron una máscara incómoda que decidiste quitarte al enésimo golpe en el rostro; vaciaste tu tanque de gasolina quizás demasiado pronto, porque todos tenemos un límite; jugaste lesionado pudiendo terminar con algo mucho peor; te sinceraste con tu entrenador cuando te diste cuenta que restabas más que lo que sumabas; te mordieron y te pegaron, pero decidiste mirar a otro lado y romper una lanza a favor del fútbol («lo que pasa en el campo, en el campo se queda»). Te marchaste con una gran sequía, después de habernos estado dando agua a raudales. ¡Cuánto mérito tuvo marcar 20 goles en cinco meses tan alejado de tu hogar dentro del campo!
Tú eras el hombre, el Atleti la mujer. Un matrimonio que, de buenas a primeras, se vio que iba a costar mantener. Ambos erais muy distintos; buscabais cosas definidas de forma diferente. Sabías que, tarde o temprano, el divorcio llegaría. Pero quisiste que fuese sano, de verdad, con pasión. Diste todo por una relación complicada, así como tu mujer trató de hacerse a ti en un año en el desierto. No podéis reclamaros nada, salvo un año de altibajos, pero de amor verdadero.
Llegas a la Juventus, quizás un equipo hecho más a tu medida. Allí te lloverán los centros; serán como caramelos. Volverás a marcar y te volverás a vaciar, seguro. No se va el mejor delantero de la historia del Atlético de Madrid. Tampoco un super clase de talla mundial que puede dejar un vacío irrecuperable. Pero sí se va un señor. Un hombre de los pies a la cabeza. Un 9 en el que todos, o casi todos, nos hemos visto reconocidos. Porque la camiseta del Atleti sólo se mancha de sudor y sangre; la camiseta del Atleti siempre acaba empapada. Y eso es lo que tú tan bien has hecho. Porque donde unos temían meter la pierna, tú metías la cabeza. Y lo demás, en estos casos, está de más. Hoy, algunos somos un poco más de la Juve. #GraciasMandzukic. Gracias Manchu. Suerte.