Allí reí, allí lloré; Allí creí, allí sucumbí; Allí canté, allí maldecí; Allí hice amigos, y profundos enemigos; Alli me abracé a mi abuelo, y a Helena, y a Alba… Me abracé con todos los atléticos que ya no estaban. Su anhelado sueño era el mío, el nuestro. Allí brindé con desconocidos, que pasaron a ser amigos. Allí salté, corrí, sentí y caí. Y, como yo, todos los colchoneros del mundo. Los que estuvimos allí y los que no. 

Y ahí regresa hoy el Atlético de Madrid. Envalentonado y con ganas de hacer frente a un infausto recuerdo, su paso para llegar a Milán tiene parada en Lisboa. Donde los sueños de todos se desvanecieron en un último minuto fatídico. Una caída que, por pura raza, fue leve. Hubo que levantarse con fuerza y velocidad. En el Atleti de hoy en día no hay espacio para el lloro ni el lamento. Hoy estamos jodidos, pero mañana eso no cabe.

Da Luz vuelve a cruzarse en Champions League con los de Simeone con el futuro en juego -aunque para las televisiones privadas sea más importante un intrascendente partido-. Y todos hemos tenido que pasar por esto alguna vez en nuestra vida. Hacer frente a algo o alguien que te causó dolor, poner buena cara a las inclemencias y tirar para delante con el orgullo intacto. Porque, los que te vieron caer, querrán que te revuelques en el dolor. Es una satisfacción personal para ellos. No lo permitas. El Atlético de Madrid se levantó, hizo frente al malo que le quitó a su amada, ganó una Supercopa al Real Madrid, y estuvo siete partidos consecutivos mojándole la oreja (4-0 entre medias). Ya tiene el 50 por ciento. Falta lo más importante. Conquistar el lugar del desencuentro. Gritar a Europa, en clave fútbol, que el Atleti está aquí, y para evitar que vuelva a quedar con la Rubia de Orejas Prominentes, van a necesitar algo más que un último minuto.

Visitó San Siro el Atlético en 2014, y dijimos que a Lisboa se pasaba por Milán. La historia ha cambiado, pero el sueño sigue siendo el mismo. A Milán se va por Lisboa.