Si te dan diez y, después, te quitan uno, no te han robado uno. Te han regalado nueve. Lo sabían los jugadores del Barça y lo sabía su entrenador. Supieron perder y así lo mostraron. Y eso que el penalti de Gabi les podría haber llevado, sin merecerlo, a una agónica prórroga. La eliminatoria podría haber cambiado. Como también podría haberlo hecho en los 179 minutos anteriores si, todo lo arbitrado, hubiera sido bien arbitrado. Fútbol. Pasó el mejor, y esto es lo último que diré referido al colectivo arbitral. Bueno, lo penúltimo. Con Nicola Rizzoli yo me apunto a una guerra. Siempre en el campo.
De fútbol no me apetece hablar. Y podría. Porque este Atlético es mucho más que testiculina, derroche físico, entrega y pasión. Aunque algunos traten de minimizar al Atleti de Simeone a «correr», pregunten cuántos equipos del mundo son capaces de secar tremenda pólvora como lo hicieron los Guerreros del Cholo. ¡Ay Lucas! Bebes mate y eres el nuevo hijo de Diego Godín. Qué eliminatoria se ha marcado el chaval. Pero no, no voy a hablar de todo lo bien que lo han hecho los rojiblancos (azules) esta eliminatoria, porque no me sale. Ayer estuve en el Vicente Calderón y lo que allí se vivió traspasa, con creces, lo que es el propio fútbol.
El Atleti consiguió remontar con dos goles del que, dicen, nunca aparece en momentos importantes. Y lleva sólo 29 goles la criatura. Pero se empezó a ganar mucho antes. Desde la rigurosa expulsión de Fernando Torres. Desde cómo aguantaron, como jabatos, las embestidas de la IDA para traer viva la eliminatoria al calor de los suyos. Se empezó a ganar con ese gol del «niño» hecho hombre. ¡Claro que tenias culpa de lo que pasó en el Camp Nou, Fernando! Tu gol fue el clavo ardiendo de tus compañeros y tus aficionados. El partido se empezó a ganar con lo que unos llaman «campaña» y yo llamo «estilo de vida». #NuncaDejesDeCreer. Se hizo viral la frase, pero esas cuatro palabras ya estaban tatuadas en la piel de todos y cada uno de los presentes en el Manzanares.
El partido se empezó a ganar en el hotel de concentración. Cuando los jugadores, atónitos, sacaron sus móviles al unísono para guardarse, tal vez para siempre, un momento único e irrepetible. El partido se empezó a ganar cuando, cuatro horas antes del partido, las calles aledañas al templo ya estaban teñidas de rojiblanco, cuando las gargantas ya afinaban y cuando la sensación, viendo lo que se tardaba en cruzar de una calle a otra ante tal afinamiento de masas, era de que aquello que parecía improbable, cada vez era más probable. El partido se empezó a ganar cuando no hubo ni diez segundos de silencio. Ni en el campo, ni en los bares, ni en ninguna casa. Todo apoyo era poco. Porque eso es creer.
El partido se empezó a ganar, en definitiva, cuando un mes de enero de 2012, se sentó, por primera vez en el banquillo de La Rosaleda, un hombre argentino que vino para cambiar la vida a aquellos jugadores, devolver al club que ama a su lugar, y convertirse en el mejor entrenador de la historia de este club. El partido se empezó a ganar porque ser del Atleti no es ser de un equipo de fútbol, sino de una familia. Y el partido, finalmente se ganó, además de todo eso, porque el Club Atlético de Madrid fue mejor equipo que el F.C. Barcelona. Sin necesidad de encomendarse a siglas ni jugadores. Porque todos juntos fueron a por la victoria, y todos juntos seguirán soñando. Recuerden cuando eran los únicos de su clase en llevar la camiseta del Atlético, siempre orgullosos. Porque eso hoy es pasado. No estáis solos. Quedan tres.