Hallo, ya estamos aquí

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No es un partido más. No lo es. Y esto es así por muchas razones. La primera, histórica y sentimental. Este no es un equipo cualquiera. No lo es. No sustenta su base y pasión abrazándose al éxito. No concluye el sentimiento en la simple victoria. Jamás se escuchará un cántico en él Manzanares que dicte que se quiere al Atleti por ganar diez Ligas. No. Carecería de sentido llevar a un equipo en el alma por ganar. Porque si alguien quiere hacerse de un equipo por ganar, el Atleti no es ese equipo.

Y esto mismo pasa con el partido ante el Bayern. No se puede resumir la eliminatoria en una mera revancha. No. Hay mucho más en juego. El revanchismo en el fútbol es continuo. Es lo que tiene este deporte. Una semana pierdes, y a la siguiente te puedes desquitar. Para que esto pase, han tenido que sucederse muchos años. Quizás demasiados. Más de los que los atléticos merecían y deseaban. Eso seguro. Pero ha llegado. A medias, pero ha llegado.

Porque este enfrentamiento no es sólo revancha. Es una deuda histórica. A un club, a unos jugadores, a una afición. Es el quite de nuestros abuelos, de nuestros padres, de nosotros mismos. Yo no no lo vi. Tú, que estás leyendo esto, tampoco. E igual tú sí. Pero todos estuvimos. Todos sentimos aquella final como nuestra. Cada historia, cada recuerdo, cada anécdota la hacemos nuestra. A mí me quedaban muchos años para llegar a este mundo, pero estuve en Heysel. Boté con el gol de Don Luis Aragonés, al igual que botó él. Sólo que el Zapatones lo hizo antes. Fue el primer hombre sobre la faz de la tierra en cantar aquel gol. Antes de que el esférico besase la red alemana. Yo también pensé, tras aquello, que la Copa de Europa era nuestra. Ya estaba pensando en cómo y dónde celebrarlo. También me acordé de mis seres queridos. Los que estaban y los que no. Y también caí destruido cuando el señor de nombre impronunciable marcó el gol de su vida. Era una prolongación del suelo. Qué digo el suelo. El subsuelo. El fútbol es un deporte sin corazón.

Pero para corazón, el del Atlético. Se sobrepuso y se proclamó campeón del mundo meses después. Terminó jugando por un título al que sólo tenía derecho optar un campeón de Europa, sin serlo. Los únicos que lo han conseguido. Hasta para eso el Atleti es especial. Los alemanes tenían miedo a los argentinos. O eso cuenta la leyenda. Así que, que se anden con cuidado, que hay uno que viste de traje y corbata, negro impoluto, que osa impartir justicia en la Europa que ahora nos gobierna. La de mastodontes económicos que hacen y deshacen a su antojo. La de clubes multimillonarios que pelean contra equipos pobres (de dinero). La de jeques, magnates y estadios con nombres de empresas. La Europa de los David contra Goliat. Y ahí está, un año más. Colándose en una fiesta sin invitación. Tratando de quitar la novia a los mismos de siempre.

Esto no es un partido cualquiera. Claro que no lo es. Es un «estoy aquí», es un «he vuelto», es un «no me dais miedo». Este partido es un «me he colado en vuestra fiesta privada», un «mirar a los ojos a aquel que me quitó lo que era mío». Se gane, se pierda, se empate… Es vengar a nuestros mayores. Ha llegado la hora.

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