Pasado el susto y recobrado la fuerza, me veo en la imperiosa necesidad de escribir estas líneas. Nos echamos a relatar situaciones o momentos vergonzosos como alimañas, a alimentar con carnaza hechos deplorables y a sacar nuestro lado más ultra cuando nos sentimos perjudicados. Vivimos el fútbol con la sensación de que un árbitro nos quita un premio, que un equipo nos impide la gloria o que un presidente nos hace un daño terrible. Y, después, pasan cosas como la de Riazor, y nos damos cuenta de lo que de verdad nos importa en este deporte. Y no, amigos. No es ganar.
No me da vergüenza reconocer que la noche del jueves 2 de marzo pasé los momentos más angustiosos viendo un partido del Atlético de Madrid. Ni que se me heló la sangre, ni que se me saltaban las lágrimas en ese segundo de imagen de un Torres tendido en el suelo mientras sus compañeros iban en su auxilio (gracias a beIN por, viendo lo dramático de la situación, no sacar una sola imagen directa más sobre Fernando), o viendo cómo Giménez, después de tener las agallas para agacharse a ayudar, no podía no mirar y se dedicaba a llorar y a suplicar una ambulancia. Me temí lo peor. No lo puedo negar. Y en ese momento daba igual dónde estábamos, si el Sevilla ganaba o si el Atleti estaba diciendo casi adiós al tercer puesto. En el suelo no sólo había un futbolista. Estaba él. Porque él es el Atleti. Todo era aún más dramático.
Esos siete minutos hasta que abandonó el campo no los olvidaré jamás. Como ese tiempo que transcurrió entre que apagué la televisión (y no importaba el fútbol) y encendí la radio para ir conociendo cada noticia sobre su estado. La radio amigos, siempre la radio. Nunca nadie podrá quitarle la inmediatez y la serenidad en estos temas tan delicados. Fue verdaderamente angustioso. Y el nudo en el estómago muy real.
Pero al final todo pasó. Quedó en un terrible susto y, cuando sucede algo así, hay que sacarle el lado positivo. Mi reacción en aquel momento fue no entender a Bergantiños. La entrada me sigue pareciendo una locura, pero le honra su perdón y su visita a Fernando. Me quedo con Sime y con Gabriel. Su rápida reacción y buen hacer pudo resultar clave en esos primeros momentos. Mantuvieron la cabeza fría en una situación delicada y fue realmente impactante. Me quedo con el 99% de Riazor ayer, callando a 300 miserables (cantasen lo que cantasen) que siguen yendo de víctimas por una mañana en la que murió uno de los suyo, pero pudo morir cualquiera. Me quedo con beIN Sports y su tratamiento de esa jugada. Como he dicho, pasaron del morbo y no enfocaron donde no tenían que enfocar. Me quedo con el mundo del fútbol, solidarizándose con Fernando. Desde equipos de fútbol como el Valencia, el Levante o dos ex de Torres como Chelsea y Liverpool, hasta jugadores como Marcelo o Morata. Se dice que en situaciones así no existen los colores. Pero yo creo que los colores sólo deberían existir dentro de un terreno de juego. Punto.
Y prefiero quedarme con eso, lo positivo. Porque si me voy al lado negativo, que siempre es el mismo, me volveré a encender y volveré a cerrarme puertas en redacciones de medios de comunicación. Aunque me da un poco igual. Todos sabemos qué medios han buscando el click fácil con imágenes ampliadas del momento más dramático de la noche, sabemos quién ha sacado qué en sus portadas del día siguiente y sabemos de qué pie cojean todos. No quiero darle más vueltas a esto.
Espero que esto que le ha pasado a Fernando Torres y muchos sentimos como si nos estuviese pasando a nosotros, sirva para unir y no para alejar. El fútbol está lleno de tonterías por las que nos enfadamos y preocupamos, pero sobre todo de personas que realmente queremos. Allí, tumbado en el suelo, estaba uno de los nuestros. Nuestro niño. El que tanto y tanto y tanto ha dado por la camiseta de rayas rojas y blancas. El que se merece de una vez ser campeón con el Atlético. Y nada ni nadie puede quitarle cumplir ese sueño. Necesito verle campeón.
El pasado viernes mi hija jugaba un partido aplazado de su liga de baloncesto; mi mujer apareció por el patio comenzado el último cuarto y se quedó asustada del cabreo que por entonces yo tenía; mi hija tiene siete años y está aprendiendo todo; en su caso ni llega a canasta desde el tiro libre, así que es fácil creerme si digo que la mayoría de los partidos les toca sufrir… y perder; en ese momento estaban debajo en el marcado por unos 20 puntos y mi enfado nada tenía que ver con ese resultado; el problema era que el señor árbitro había decidido que no había que pitar básicamente nada…; como son niños es poco controlable en un deporte con tantas reglas que cumplan todas, así que con la mayor de las desganas el trencilla había optado por el “sigan, sigan…”; una vez mandado el mensaje de que todo vale (son niños, pero no tontos), los niños habían aceptado esas reglas del juego y por entonces ya eran 10 los jugadores que habían llorado y habían tenido que ser atendidos; en un deporte en el que el contacto a estas edades nos había llevado hasta la fecha a una estadística infalible de un par de golpes y/o caídas por partido… en este caso hablábamos de cinco veces más… choques, manotazos, balonazos, encontronazos…; 10 niños llorando y un juez mirando; mi enfado tenía que ver con la desgana de ese señor y la absurda felicidad del entrenador del equipo contrario, el único adulto que junto con el del silbato no se dio cuenta de que lo que estábamos viendo poco tenía que ver con baloncesto a pesar de la canasta…
Al día siguiente nos tocó jugar otro partido; el resultado fue prácticamente clavado (por veinte) pero mi hija y yo llegamos con una sonrisa a casa;
– ¿ganasteis?, preguntó mi mujer;
– “no… perdimos”…;
– ah… ¿y hoy no estás enfadado?
No había ningún enfado posible porque venía de ver jugar a mi hija al baloncesto; en este caso los contrarios (como el día anterior) eran más altos, más fuertes y mejores (que no más guap@s que mi linda), así que la derrota se antojaba inevitable; la diferencia era que el que tenía que impartir justicia hizo su trabajo; con sus errores y aciertos, el árbitro se implicó en el partido y fue pitando y enseñando a los niños (más de una vez en corrillo les explicó lo que acababa de sancionar); con un criterio muy similar para todos impartió justicia lo mejor que pudo y los padres disfrutamos de un soleado sábado viendo practicar deporte a nuestros hijos; un par de caídas (sin lloros esta vez) fue el resultado…; en este caso el árbitro cambió el mensaje del día anterior y los niños (que son niños, pero no tontos) lo asimilaron: todo no vale…
Ayer Clos Gómez mandó un mensaje a Torres al poco de salir; una falta por detrás que le sacó del campo pegado al linier no fue sancionada con falta…
Luego Clos Gómez mandó otro mensaje, esta vez a los jugadores del Dépor; Andone, de manera totalmente involuntaria, clavó los tacos en la tripa de Giménez parece, por las imágenes, que causando incluso sangre…; Clos vio la jugada, pitó falta pero decidió que lo que en el caso de De Jong o Filipe está probado que fueron agresiones claras merecedoras de expulsión y horca posterior, en este caso ni merecía la amarilla (que, por cierto, habría supuesto la segunda); mensaje enviado por Clos… todo vale si es involuntario.
Poco tardó Bergantiños en entenderlo (son futbolistas, pero no tontos); había entrado por Colak para contener las contras atléticas y no es mucho suponer que Mel le había pedido la entrega necesaria (y hacer las faltas tácticas necesarias) para ello; al mensaje del entrenador se sumó el del trencilla aumentando el ímpetu del jugador del Dépor: así, en un balón bombeado que caía franco en la cabeza de Fernando, Bergantiños decidió acudir a hacer la típica falta táctica.
Entró por la espalda a Torres, sin posibilidad real de llegar a un balón y con todo (¿recuerdan?, el mensaje era claro: si es involuntario, todo vale); la mala suerte es que alentado por la pasividad del trencilla y su mensaje, el jugador del Dépor no midió…; ese “con todo” se convirtió de manera totalmente involuntaria en uno de los episodios más duros de la presente liga; el jugador del Dépor impactó con su codo en la nuca del Niño, con su cabeza en la del 9 rojiblanco y con su cuerpo arrolló al del delantero de Fuenlabrada: como resultado una espeluznante caída inconsciente sobre el césped con torcedura de cuello incluida (“sonó”, dijo después el Cholo) y todas esas imágenes de las que hoy por suerte podemos hablar como si quedaran muy lejos.
Gimenez llorando, Sime luchando por salvar la vida de Fernando, el bueno de Andone pidiendo cordura a los tontos de siempre (estos son ultras y además tontos), el rostro desencajado de inicio del propio Bergantiños sabiendo la imprudencia que acababa de cometer, el dedo en alto por fin de Gabi indicando que Torres respiraba, la ambulancia, la ovación de Riazor…
El Atlético de Madrid ganó ayer mucho más que tres puntos porque lo que se pudo perder sobre el campo habría sido irrecuperable; hoy todos sonreímos porque un lance involuntario que pudo acabar en drama por suerte no lo hizo; hoy vemos como el fútbol y las redes sociales también pueden unir a la gente (y no sólo separarla); hoy Bergantiños podrá descansar tranquilo; hoy el niño siente que ha vuelto a nacer y todos nos alegramos con él.
Pero hay un lunar en esta historia que queda pendiente y que haríamos mal en pasar por alto; parece claro que Clos Gómez volvió a ver la falta y la señaló y parece claro que volvió a aplicar el criterio que había marcado en sus mensajes previos (si es involuntario, todo vale) ya que no mostró la roja pertinente (ni siquiera la amarilla)…
Está claro que se trata de una jugada de mala suerte sin intención, pero puede y debe sancionarse con dureza la imprudencia, al igual que la patada de Andone previa… y creo positivamente que si Clos saca la segunda amarilla al delantero deportivista en su momento habría mandado otro mensaje: quizás el que debía… “no todo vale, por muy involuntario que sea”; estoy convencido de que con esa expulsión Berganiños habría tenido más cuidado porque habría sabido que se estaba jugando la expulsión (son futbolistas, no tontos).
Lo peor de esta historia es que nadie del estamento arbitral hará autocrítica…; nadie le dirá a Clos que cometió otra imprudencia que pudo tener consecuencias irreversibles y él seguirá orgulloso y chulesco paseando su doble vara de medir por los campos de España, mandando los mensajes que le apetezca según le apetezca y pensando, como buen árbitro, que ninguno de sus errores tiene mayor trascendencia; flaco favor le hacemos silenciando su objetiva responsabilidad y no exigiendo una disculpa pública que, en este caso, se antoja lo mínimo. De lo de ayer debemos aprender todos, pero sobre todo los responsables…
Supongo que muchos podrán tildar de demagogo mi mensaje… y seguro que algo hay de ello; da igual el resultado y las sanciones no aplicadas de ayer… da igual el color de a quien le tocó ayer la cruz… da igual el nombre del infractor y el del agredido… gracias a Dios el final es feliz y todo eso da igual; pero mi mensaje de hoy quiere ir más allá: yo ya no sé si los árbitros son tontos o no, pero no debemos ayudarles a serlo dándoles los mensajes equivocados…