Tres Champions League en los últimos cuatro años. Una Liga tras siete años sin olerla. Un modelo deportivo de presente y futuro definido. Un entrenador querido. Una plantilla compensada. El mejor mediocampo del mundo. Perlas que en unos años serán diamantes. Todo esto no es suficiente para ellos. Esos a los que se les llena la boca cuando hablan de lloros y rabietas de todo aquel que osa enfrentarse a ellos. Los que rezan el lema de que sólo les importa la victoria, sea como sea. Esos que perder no saben, porque son mejores que tú, han ganado más que tú, y no rehuyen en recordártelo siempre. Esos que ganar no saben, porque pisando se encuentran cómodos, en plenitud.
Esos, los que sistemáticamente están en el ojo del huracán por ser ampliamente favorecidos por decisiones arbitrales (y no arbitrales), dicen estar hartos de un colectivo que, por poner un ejemplo, les regaló una de esas tres Ligas de Campeones por un fuera de juego que nunca se pitó y dos expulsiones que nunca se produjeron. Que están hartos porque, en un partido contra su hermano gemelo (aunque catalán), fueron perjudicados. Sí, lo fueron. Medicina de receta propia para todos sus males.
Cuesta entender cómo, si son los mejores y viven de ser los mejores, pierden el tiempo en un penalti que no fue y una expulsión rigurosa, en vez de disfrutar de una incontestable victoria al F.C. Barcelona. En vez de frotarse los ojos cada vez que un chaval como Asensio trota con el balón pegado al pie o de gozar con un centro del campo único en el fútbol actual. No. Eso no es para ellos. Ellos se sienten más cómodos viendo fantasmas donde sólo hay cortinas moviéndose. Creyendo que todo está contra ellos cuando siempre han tenido el viento a favor. Suplicando que ¡las manos de la prensa fuera del Madrid!, mientras se hacían los sordos con la repugnante retransmisión de la ida de la Supercopa de España y cierran los ojos de forma continua a portadas, editoriales y campañas para otorgar la veracidad a movimientos que no existen (Villaratos y compañía).
Ellos son más de regocijarse de los rivales. De reírse de béticos porque Ceballos ha ganado más títulos en el banquillo de los que ellos verán. ¿Se puede ser más ridículo? De goles en el 93 y de Juanfran al palo. De Piqué se queda y de «No lo pueden entender». Cuánto daño hizo ese lema, ¿verdad? Nunca cuatro palabras fueron tan hirientes para tantísima gente. Nunca una derrota a las puertas de una final generó tanto trastorno en una masa social como la del Real Madrid. ¿Recordáis? Más preocupados en reírse del sentir del aficionado atlético (orgulloso como nunca de los suyos), que de disfrutar de la enésima final de su historia. Y, quizás, ese sea su problema. Dicen ser tan grandes, que la felicidad por los éxitos ya la presuponen. Por lo que les queda demasiado tiempo que ocupar en sus vidas. Como puede ser reírse de los demás o llorar por una situación que ellos llevan viviendo a su favor más de 115 años.
Madridistas, no saltéis. No todos sois así, lo sé. Pero haríais bien en reconocer que, si no el amplio de vuestra afición es así de estúpida, sí que por lo menos hacen bastante más ruido. Y que ahí tenéis al que llamabais capitán haciendo el ridículo en Twitter y siendo uno más de vosotros. Riéndose de rivales. Caballero del honor.
Visto esto podríamos aprovechar y jugar el Trofeo Bernabeu el miércoles, no? ¡Hala Madrid!
— Álvaro Arbeloa (@aarbeloa17) 13 de agosto de 2017
Ya sabéis el dicho… Son tan pobres, que…
Cuando se convive dia si y dia tambien con ellos y su prepotencia… joder… 🙊