Cuestión de escudo

«La felicidad es mi espada y mi alegría, mi escudo« – Martín Lutero

Vivimos en un mundo gobernado por el dolor. En una hora de informativos se pueden llegar a escuchar hasta veinte noticias trágicas diferentes. «Una mujer asesinada por su marido», «dos perros sufren una paliza por parte de su dueño», «un niño se ha perdido», «una bomba estalla en Siria», «un político roba». Por si fuera poco, por norma general nuestros pensamientos siempre se van al extremo negativo que al positivo. «Seguro que hoy no cobro», «hoy perdemos», «se me va a quemar la comida», «no le gusto». 

Nuestra vida, hablando de generalizaciones, es un sinfín de preocupaciones, de dudas. «Duermo poco y trabajo mucho», «tengo que pagar la luz, el gas, la comunidad, el coche, el seguro y la hipoteca», «me duele la pierna, me duele el brazo, me duele la muela». No nos damos, casi, ni en el placer de disfrutar de los buenos momentos, porque siempre estamos dándole vueltas al futuro más próximo. «Mañana madrugo», «ya es lunes», «tengo que ir a la compra y no quiero», «no veo el día en que lleguen mis vacaciones».

Es, justamente ahí, donde entra el fútbol. Para una amplia mayoría de la población, un deporte más que contamina más que ayuda. Para otros, la posibilidad de olvidarse de todo lo que arriba he mencionado y de todo lo que no. De esos problemas que cada uno tienen. Los grandes y los pequeños. Los suyos y los de las personas que quieren. El fútbol te permite aislarte de ese mundo. Ser feliz por un gol en el 90 y olvidarte por un instante de que estás en paro y que mañana lo seguirás estando. Ahorrar para seguir a tu equipo por España o por Europa. Esperar el inicio de una nueva temporada para comprarte una nueva camiseta a rayas rojas y blancas y así ampliar tu colección…

Hasta que te das cuenta que ni eso lo están respetando ya. Este año no te has comprado la camiseta. No por fea, porque en tu armario hay auténticas ofensas como una rojiblanca con una tela de araña u otra casi blanca que parece un pijama. Las tienes de todos los tipos. A rayas, azules, rojas, de portero, manga larga, manga corta, del año 1980, del 2016. Todas tienen algo en común. Y eso es que son del Atlético de Madrid. Y no porque las hayas comprado en la tienda del club, sino porque tienen ese escudo del que, un buen día, te enamoraste.

Porque sí, queridos amigos. A gran parte de la afición del Atleti le saltó un click en la cabeza la primera vez que vieron ese escudo. Bonito o feo, pero ya sabían que era el suyo. A todos, nada más verlo, se les llena la cabeza de recuerdos y vivencias abrazados alrededor de él. Lo consideran tan suyo como suyo es su padre solo por el hecho de concebirlos. Lo dijo Ovejero hace mucho: «Ya el escudo no es por encima, el escudo es por dentro». Y esa gente es del Atleti, en parte, por ese escudo y no por otro.

Precisamente por eso el club debería escuchar a los suyos. Debería existir un consenso. Deberían hacerse las cosas bien. Porque en el Atlético de Madrid solo hay algo más importante que el escudo… Y esa es la gente que lo ha llevado con orgullo a pesar de haber sentido la necesidad de pisotearlo. Esos que se han dejado sus ahorros en los malos momentos y aquellos que han permanecido fieles a situaciones deportivas realmente dantescas. Esos que lo han aguantado todo y han seguido ahí, pero que quizás se vayan si les quitan lo único que les mantiene fieles al Atlético: la identificación. No debería permitirse el Atleti llegar a esa situación.

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