Diego, gracias por hacernos soñar

Titulaba el bueno de Edu Casado su artículo como «Se van los que deben quedarse, se quedan los que deben irse». Y como es una frase que engloba todo lo que pienso, debería dejarlo así. Pero no. Voy a tratar de explicar lo que me genera esta marcha de Diego Godín.

Lo primero que me viene a la cabeza es un… ¡cómo hemos cambiado! Y es que, hace apenas dos años, el Atlético de Madrid tenía su escudo, el de siempre; tenía su estadio, el Vicente Calderón; y se dejaban el lomo sobre el terreno de juego un tal Fernando Torres, un tal Gabriel Fernández y un tal Diego Godín. Eran otros tiempos, quizás no éramos tan guapos como en el Metropolitano… Pero es que nunca hemos querido ser los más guapos.

La gente que siente al Atlético de Madrid lo hace porque siente que esto va más allá de un equipo de fútbol. Porque han mamado desde críos que nadie te regala nada, y que si quieres conseguir algo, te va a costar 100 veces más si vistes de rojo y blanco. Que las victorias se disfrutan más y las derrotas, sobre todo las más dolorosas, no supuran, porque arden, escuecen…

Luego está Diego Godín. Un uruguayo nacido en Rosario que llegó en 2010 al Vicente Calderón sin saber nada de todo esto que he contado, y se marcha nueve años después que, para él, han sido como… ¿33?

Porque ha sido ese número el desencadenante de toda esta tragedia griega. Sus 33 años impiden a la directiva del Atlético de Madrid brindarle lo que, como otros antes, merece: retirarse de rojiblanco. No pasa siempre. De hecho, pasa muy poco. Con los dedos de una mano contaríamos a los futbolistas que querrían retirarse en un equipo al que llegaron como desconocidos. Godín lo tuvo claro: «hubiera jugado aquí hasta los 40». No ha sido cuestión de dinero. Ha sido cuestión de valor.

El valor que no tienen los tipos que dirigen este equipo. Un club plagado de sentimiento que ellos, desde hace una treintena de años, se están encargado de extirpar por lo civil y, sobre todo, por lo criminal. La marcha de Godín es una más de su lista. Como lo fueron las de Gabi, Fernando Torres; lo serán las de Juanfran, Koke o Saúl; como lo fueron dejar morir el Vicente Calderón o dictaminar que el escudo que tantos tenían tatuado, ya no representaba al Atlético de Madrid. Evolucionar, dijeron.

Lo que no se han dado cuenta en estos treinta años es que su gente, o al menos la mayoría de ella, no quiere evolucionar. Quiere al Atlético de Madrid. Le gusta el Atlético de Madrid. Como les gusta Diego Godín. Tíos que les representan. porque el uruguayo ha encarnado todos los valores que cualquier aficionado llevaría por bandera si jugase diez minutos de rojiblanco. Partirse la cara por su equipo, marcar el gol más importante de la historia de este equipo y, al marcharse, despedirse los aficionados que le han amado y del Estadio que le ha hecho ser leyenda del Atleti. Y no, no ha sido el Metropolitano. Ha sido el Vicente Calderón.

Diego, allá donde vayas, gracias. Gracias por hacerme saltar con ese cabezazo en el Camp Nou que aún retumba en las Ramblas. Y gracias por hacerme soñar con ese otro cabezazo en Lisboa. Gracias por partirte la cara, la ceja, los dientes. Gracias por estos nueve años y gracias por ser una leyenda eterna de este club. En la memoria de todo aficionado atlético siempre estarás tú. Y nunca estarán los que te echan. Si algo nos han enseñado con esta jugarreta es que nada es eterno. Y deseando estamos de que eso se cumpla.

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