Hay anuncios que, por lejanía en el tiempo y fuera de un contexto, pueden afectar en mayor o menor medida. Eso es, precisamente, lo que le ha podido pasar a Diego Forlán. El uruguayo ha anunciado que cuelga las botas, de manera definitiva, a los 40 años. Y como sucede cuando alguien se muere, es el momento de la retirada de un deportista, cuando se pasa lista a la hora de repartirle méritos.
Diego Forlán nunca va a estar en el corazón de la hinchada del Atlético de Madrid. Pero no se engañen, tampoco quiso estarlo. El uruguayo fue un profesional que, como todos en la vida, tuvo sus equivocaciones. Pero a fin de cuentas fue un futbolista ejemplar que se marchó de la misma forma en la que llegó: tratando de clasificar al Atleti para Europa.
No muchos recuerdan que su primer partido de rojiblanco (en verdad de azul) fue ante el Gloria Bistrita en el Vicente Calderón. El Atleti había perdido en la ida y necesitaba ganar en la vuelta para seguir optando a clasificarse para la Copa de la UEFA. Acortó sus vacaciones y tardó diez minutos en estrenarse en la que era su nueva casa. Era 2007. Cuatro años después, en 2011, y sabiendo que no jugaría más en el Atlético de Madrid, jugó la eliminatoria contra el Stromsgodset para que el equipo de Gregorio Manzano pudiese disputar la primera Europa League de la historia. Esto, por cierto, le supondría no poder jugar en la Champions League con su nuevo equipo, el Inter de Milán.
Entre medias de todo esto, a Diego Forlán se le cayeron los goles. Con la izquierda y con la derecha. ¿Alguien se atrevería a decirme qué pie de los dos era el bueno? De lejos o de cerca. De penalti o en mano a mano. Al Barça o al Madrid. Dejó partidos para el recuerdo. ¿Cómo olvidar la remontada ante el Espanyol tras irse 0-2 al descanso con un jugador menos? ¿Y ese 4-3 al F.C. Barcelona de Pep Guardiola? Sí, aquel del sextete.
Formó una sociedad inimitable con el Kun Agüero. Cuántas fantasías habrán tenido los aficionados rojiblancos, solo de imaginarse que estos dos hubieran coincidido en tiempo y espacio con Diego Pablo Simeone en el banquillo… Juntos conquistaron el primer título europeo del Atleti moderno. Inolvidable aquella carrera del argentino para salvar un balón que se marchaba por línea de fondo… Ese centro teledirigido a la bota de un Forlán que, en escorzo, metía el 2-1 en Hamburgo y hacía felices a todos los colchoneros.
Antes de eso, su gol en Anfield. El que escribe estas líneas no duda en afirmar que es el gol que más ha gritado nunca. Ni el de Torres en Viena, ni el de Iniesta en Sudáfrica. Tampoco el de Miranda en el Bernabéu, ni el de Godín en el Camp Nou. Este, por todo lo que significaba, fue un grito de liberación incomparable a nada.
Un centenar de goles, dos títulos y una Bota de Oro antológica después, se despidió de una forma impropia para lo que un futbolista de su calibre había dado por el club. Su error encarándose con su afición durante la temporada 2009/10, el dejarse querer por el Real Madrid, pero sobre todo su encontronazo con Quique Sánchez Flores, le sentenciaron para muchos. El choque de egos que se produjo en aquel vestuario terminó con los dos fuera del club. Pero hubo algo que les definió a ambos.
Quique Sánchez Flores se marchó del Atlético de Madrid con todos los honores. Despedida a pie de campo, vitoreado y aplaudido por el Fondo Sur (siempre supo bien a quién arrimarse). Ovación de héroe para un tipo que, tras ganar la Europa League y llegar a la final de Copa del Rey tuvo el descaro de decir que un club como el Atleti no volvería a vivir algo así en cuarenta años (iluminado). Mientras, Diego Forlán se despidió, ese mismo partido, sentado en el palco (fuera de la convocatoria), con gritos de “uruguayo mercenario”. Ese mercenario que, como he contado antes, tuvo la decencia de quedarse a ayudar a un equipo que, sabía de sobra, no volvería a ser el suyo.
Su pecado fue, ni más ni menos, que ser un profesional y tratar de no engañar a nadie. Lo tuvo claro desde el primer día: “Yo solo besaré el escudo de Peñarol y el de Uruguay”. Seguramente hubiera ganado muchos puntos traicionándose a sí mismo, pero eso nunca fue con él.
Gracias por todo Diego, que te vaya bonito.