«Aquí puedes entrar en la historia; allí serás uno más». Todos sabemos quién pronuncio estas palabras y hacia qué persona iban. Un consejo real y sincero de alguien que busca lo mejor para ti. La eterna discusión del futbolista de ser cabeza de ratón o cola de león. Poner tu nombre con letras de oro en un club o ser uno más en otro. Todos conocemos cuál fue su elección final (que no primera).
El caso de Griezmann en el Camp Nou puede ser muchas cosas pero no peculiar ni particular. Porque a lo largo de estos años hemos ido viendo una serie de circunstancias que se han ido repitiendo durante los veranos y que, en su gran mayoría, han tenido el mismo sino: al calor De Diego Pablo se vive mejor.
Todos recordamos la huída de pesos pesados tras conquistar la Liga en 2014 y ser finalistas de la Champions ese mismo año. Tiago, Filipe Luis y Diego Costa iban a poner rumbo a Londres para vestirse de azul. El portugués no llegó ni a viajar, el brasileño se arrepintió al año siguiente y el delantero tuvo que ponerse en rebeldía para que le dejasen regresar a la Tierra prometida.
Todos volvieron por una misma razón: el Vicente Calderón era su casa. Y lo supieron cuando se fueron. Como esos jóvenes hartos de sus padres que deciden independizarse con una mano delante y otras detrás solo porque quieren «hacer lo que les dé la gana». Al principio resulta atractivo y hasta te alegras de tu decisión. Después empiezas a echar de menos las lentejas, la casa no se limpia sola y los pagos salen de tu cuenta. No es fácil.
Antoine podría haberse fijado en un ejemplo aún más claro para él: Arda Turan. El turco era adorado en el Manzanares. Pero pensó que ya estaba bien de correr y quería nuevos retos como «ganar la Champions League». Esa que ya pudo ganar de rojiblanco pero que decidió no forzar para una final por un «golpe». Deseo cumplido, claro. En el Camp Nou dejó de correr, porque apenas jugó. Y cuando lo hizo fue una mera sombra de lo que un día fue a las órdenes de Simeone. Le perdimos el rastro en Turquía metido en líos con la policía.
Otro ejemplo, en contexto y lugar, fue Lucas Hernández. Se fueron a la vez y por motivos diferentes. Lucas quería, simple y llanamente, ganar más dinero. Y el Bayern se lo proporciona. Lo que ya no le proporciona tanto es la titularidad. Ni de central, ni de lateral. Le han pasado por la izquierda y ahora es una pieza prescindible. Un canterano que traicionó a su club. El hombre que fue campeón del mundo en una posición que el Cholo ideó con mimo para él.
Griezmann quiso seguir su camino y, desde luego, lo está consiguiendo. En el Atlético de Madrid era la joya de La Corona. La cabeza visible de un proyecto. La estrella. El hombre que podría haber sido el máximo goleador de la historia de la entidad. Una entidad centenaria y ganadora. Pero prefirió irse a la mesa de Leo Messi. Esa en la que, según él mismo, ya comía. Y resulta que no, que no comía. Que ese espejismo se lo dibujó Diego Pablo. Que donde él se pensaba que comía lo único que hacía era servir.
Allí, de blaugrana, seguramente ganará más títulos. Y más dinero (aunque de rojiblanco descalzo no iba). Eso engordará su palmarés. También será suplente de Braithwaite en un Sevilla – Barça. Pero nunca le querrán como le querían en el Manzanares, nunca le valorarán ni le respetarán como en ese vestuario. Y, desde luego, nunca volverá a estar al calor de Diego Pablo. Y eso ya es más jodido, porque se te empiezan a ver las costuras.