Volvía parte del fútbol al Metropolitano. Parte, porque hasta que no esté su gente en las gradas no volverá todo. Y lo hacía con el interrogante de cada comienzo de temporada. Plumillas y agoreros esperan con ansia el devenir de las jornadas para colocar al Atlético de Madrid como candidato o como fracasado. Durante estos meses hemos vuelto a escuchar que la etapa de Simeone ya debería haber terminado en el Atleti. Veremos cómo se van desarrollando los acontecimientos.
El caso es que regresaba el balón a las casas de los atléticos. Y, antes de nada, remarcar que el rival del Atlético de Madrid no era cualquiera. El Granada es un muy buen equipo con un formidable entrenador.
Puede que me llamen loco, pero más allá de las apariciones individuales, este partido del Atlético de Madrid lo vimos mucho la temporada pasada. Quizás no en la presión tan continuada (algo que me llamó la atención para bien), pero sí en las ocasiones. Este deporte, al final tan simple, pone y quita dependiendo de las veces que entre el balón en la portería. Y en esta jornada inicial fueron seis. Otras, muchas otras, cero.
La buena primera parte de Diego Costa fue coronada con su gol. Importante como los que haga su compañero si, finalmente, el hispanobrasileño se queda. También la de Ángel Correa. El futbolista argentino, quizás el más indescifrable en su juego, marcó y asistió para volver a demostrar que, pese a las dudas que siempre hay sobre él, está y se le espera.
Pero el partido, permítanme, tuvo tres protagonistas. El principal, para mí, Joao Félix. El portugués cuajó su mejor partido con la rojiblanca. Y no porque hiciese cosas que no hubiésemos visto antes, sino porque las hizo todo el tiempo. En su debe faltaba eso, la continuidad en su fútbol. Y ante el Granada fue constante. Tan constante que parecía que levitaba. El juego de este equipo necesita algo tan básico como devolver el balón al chaval casi en el momento en el que te la ha dado a ti. De momento solo en el imaginario colchonero se vive la dupla Suárez – Joao. Pero será cuestión de tiempo que coincidan.
La dupla que sí ha cuajado ha sido otra. Se nos había olvidado, entre debates de fichajes y salidas, que existe un futbolista que emergió en Anfield. Saltó Marcos Llorente al terreno de juego y tardó lo que se tarda en tocar el primer balón en marcar gol tras una asistencia extraordinaria de Suárez. Minutos después, devolvió el favor al uruguayo colgando un balón preciso para que se estrenase el nuevo fichaje. Su portentoso físico es aún más abusivo con el equipo rival cansado. Y esas arrancadas al espacio pueden ser regalitos con melodía para el 9.
Un 9 que fue el tercer protagonista del choque. Su bienvenida fue por todo lo alto. Tras asistir a Marcos, tuvo un disparo cruzado para inaugurar su cuenta. Erró. Pero los delanteros de clase mundial tienen eso. Que fallan una. No dos. Antes del doblete, dispuso de un penalti que finalmente se fue al limbo tras revisión de VAR. Ya sabe que, de rojiblanco, los penaltis que no son no se tiran. Y los que son, habrá que ver.
Más allá de sus magníficos veinte minutos, lo mejor que ha traído Luis Suárez al Atleti es peligro. Trae consigo automatismos blaugrana y eso puede ser muy beneficioso para sus compañeros. También, obviamente, gol. Algo de lo que adolecía un club que ha tenido a los mejores delanteros de los últimos lustros siempre en cartera. Lo vuelve a tener. Y esa ilusión se vive en la afición y también en el vestuario. Es pronto para lanzar las campanas al vuelo, pero tampoco podemos obviar una realidad latente: hay delantero. Y eso, en el Atleti de Simeone, es oro.
Al contrario que en la mítica película dirigida por Luis García Berlanga, la caravana Suárez no pasó de largo. Paró y, de momento, dejó algo más que dos goles y una asistencia. Dejó la sensación de que algo ha cambiado. Para bien. Bienvenido Mister Marshall.